Como ya he comentado en varias ocasiones, esta aventura tiene sus partes bonitas y divertidas, y sus partes difíciles. Hoy me apetece hablaros de una de las partes buenas.
He de reconocer que yo no soy muy niñera. No soy de esa clase de personas que cuando ven un bebé siente la necesidad de cogerlo en brazos, o de las que cuando llegan a una comida familiar o a una fiesta se ponen a jugar con los peques. Muchas veces ni siquiera sé como tratarlos o qué conversación darles. Evidentemente, cuando los hijos son tuyos, y como la naturaleza es sabia, las cosas cambian. Pero no te conviertes en otra persona. Adoro a mi hijo, pero sigo sin ser del club de superpadres.
Con el peque me gusta compartir mis aficiones. Si hacemos memoria de nuestra niñez, recordaremos unas cosas u otras según fuera nuestra familia. Seguro que si a nuestros padres les le encantaba cocinar, nos recordaremos ayudándoles a picar ajos y a pelar patatas. Si les gustaban los deportes, tendremos miles de recuerdos de tardes en el sofá animando al equipo que tocara.
Y en mi caso, eso es lo que hago. Compartir con mi hijo aquello que me gusta. Me gusta cocinar, así que le dejo corretear por la cocina mientras lo hago. Me apasionan la lectura, por lo que todas las noches le leo un par de cuentos, y por el día uso los libros como un elemento más para jugar con él y enseñarle cosas. Me gusta mucho pasear, así que, ya sea en mochila o en la sillita, ahí salimos al monte siempre que podemos a dar un paseo.
Y otra de las cosas que me gustan, son los retos y los idiomas. A lo largo de estos años he llegado a hablar, con mayor o menor fluidez, francés, alemán e inglés. De todos ellos, el inglés es el idioma que más domino, y el que más útil considero a nivel profesional y personal, por su amplia difusión en los dos sentidos. Así que esta es otra de las aficiones que comparto con él. Pasamos horas aprendiendo palabras juntos, repitiéndolas, cantando y escuchando canciones, leyendo cuentos (bueno él escucha y gesticula, la que habla soy yo, claro) o simplemente le hablo en inglés de las cosas que estoy haciendo, o que vamos viendo mientras damos un paseo. Este idioma ha resultado un medio para crear un vínculo especial con mi hijo, y una forma muy bonita de compartir una gran experiencia juntos.
Una lección que aprendí con el peque, es que con los hijos las cosas casi nunca salen como esperas, ni como planificas (y a mí me encanta planificar; soy de las que se relajan haciendo listas :) ). Resulta que a veces salen más o menos como esperabas, pero la mayoría de las veces se desvían de lo que tenías en la cabeza. Y se desvían en los dos sentidos: a veces para mal, y otras para bien. En este caso, el criar a mi hijo en un ambiente bilingüe está resultando extraordinariamente positivo y gratificante a nivel personal. Y eso es algo que ni siquiera había considerado. Yo había pensado en lo positivo que sería para el hablar dos idiomas de forma nativa, pero no en como ese aprendizaje nos iba a ayudar a ambos en nuestra relación madre-hijo.
Mucha gente cree que no hay nada más natural que tu idioma materno para comunicarte con tu hijo. No puedo discutirlo, porque no lo sé, pero lo que sí sé es que en mi caso el inglés me está ayudando a tener una relación muy especial con él. Así que por ahora, y sin pensar a demasiado largo plazo (es otra cosa que he aprendido que con los peques es dificil hacer), voy a seguir disfrutando del momento y ya iremos viendo como evoluciona este proyecto.
Y lo bueno es que Martín y tú podréis comunicaros en inglés, en español si algún día queréis también... los idiomas están para usarlos, y para crear relaciones. Un abrazo
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